Roberto López Moreno
Conocí a Roberto López Moreno en los Indios Verdes, cuando él se encargaba, entre otras funciones, del epigrama diario del periódico en que coincidimos, y de cuyo nombre no quiero acordarme. Roberto me enseñó entonces que la brevedad del epigrama es engañosa: no la hace un arte menor; me transmitió también su admiración por los grandes epigramistas, y me descubrió la afición por esas cápsulas verbales capaces de encerrar un enorme aliento poético, al tiempo que pueden ser sangrantes espinas, crueles diatribas, o groseras afrentas.
Estos Alburemas mezclan la estructura tradicional del epigrama para recetarnos, en nuestra cara, uno tras otro, albures y doble sentidos con la destreza de un lépero gañán. Catulo lángaro escribiendo haikus, poemínimos gandallas, el maestro Liguori resucitado en un juglar culterano y manierista. Roberto López Moreno nunca fue modesto a la hora de mostrar su oficio de versero, su maestría ha sido siempre garbosa y gallarda. Como lector, agradezco siempre ese rasgo, su amplio y soberano dominio de la técnica versera. Pero también, que nunca se complazca con el dominio del artificio, y sepa comunicarnos también, ese latido ancho, hondo y oscuro.
Edgar Amador
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